Ciudad de Esperanza, CRONICA DE UNA EPOPEYA DE TRABAJO



No fue únicamente la necesidad de cambiar de suerte lo que empujó a aquellos abuelos inmigrantes a cruzar el ancho mar hasta esta parte del mundo. La aventura tuvo mucho de sueño, no sólo en lo económico, sino en lo que les contaban de un cielo ancho, una tierra fértil; tal vez un país distinto. Y se dieron a florecer en hijos y nietos en esta llanura.

Fueron suizos, alemanes, franceses, italianos, belgas y luxemburgueses. Doscientas familias colonizadoras que llegaron a esta geografía santafesina entre fines de enero y comienzos de febrero de 1856.

En 1855, por cuenta y orden del gobierno provincial, había comenzado la construcción de los ranchos, la división y el amojonamiento de las tierras, en terrenos denominados de Iriondo, sobre la margen derecha del Río Salado. La culminación de los trabajos fue comunicada por el agrimensor Augusto Reant, el 26 de noviembre del mismo año.

Años antes, el 15 de junio de 1853, el ministro de Gobierno de la Provincia de Santa Fe, Manuel Leiva, en representación del gobernador, Domingo Crespo, y el empresario salteño, Aarón Castellanos, firmaron el Contrato de Colonización Agrícola bajo el sistema de “subdivisión de la propiedad” que otorgaba una concesión de tierra a cada familia colonizadora.

Y luego fueron el trabajo, las ilusiones, los hijos y las cosechas que llegaron a tiempo para desterrar, al menos temporaria mente, la nostalgia por esos puertos lejanos.

Así surgió la transformación, como en un cuento. Fue posible que la entonces Colonia Esperanza se convirtiera en una referencia para el mundo.

El testimonio del triunfo de la espiga por sobre todas las soledades y temores. Fueron “aquellos heroicos pioneros del suelo”.





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